jueves, 30 de agosto de 2012

CUANDO ROBERTO BOLAÑO SE APODERÓ DE MÍ


He deambulado de madrugada por ciudades africanas. He vivido en una ciudad portuaria donde los encontronazos nocturnos con todo tipo de tipos eran rutina para mí. He dormido, poco, en una tienda de campaña con las hienas y los leones merodeando y emitiendo sonidos muy poco parecidos a una nana. Sin miedo; hasta hoy, el día en que Bolaño se apoderó de mí. 

Hoy el descampado por el que salgo a correr no me resultaba familiar. No me hacían gracias los zapateros que avanzaban copulando a mi paso, ni me agradaba especialmente la leve brisa veraniega. He escuchado el crujir de unas ruedas en la tierra, un coche acercándose por mi espalda, y al girarme, he visto un Peregrino negro. A lo lejos un hombre gordo, con delantal de matanza y un sombrero de cowboy
 se dirige hacia mí. Por mi izquierda otro hombre, con una de esas gorras rojas y blancas que más bien parecen la cúpula blanda de una iglesia, se acerca sin mirarme. He acelerado mi paso, y con ello mis pulsaciones, pero no puedo escapar.

Hoy me he visto yaciendo en el descampado de al lado de casa, en Santa Teresa, tirada entre los matorrales en una postura inhumana, abrasada por el sol, con el hueso hioides roto, calzando una sola zapatilla de deporte, con las uñas en carne viva por la lucha. Afortunadamente, he fallecido de un infarto antes de ser violada.

Hoy 2666 ha entrado en mi cabeza. Y he sentido miedo.




Estef Anía

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