lunes, 24 de septiembre de 2012

BUFO ALVARIUS


La princesa que no creía en los cuentos se decidió, por fin, a besar al sapo; un Bufo alvarius del Desierto de Sonora que contiene 5-MeO-DMT y bufotenina, un potente veneno alucinógeno con efectos psicoactivos. Así que se fue de rave.
VÍCTOR IZQUIERDO

jueves, 20 de septiembre de 2012

LA MARRANA



Los escuché hablando al otro lado del corral. Eran voces desconocidas y llamaron mi atención. Me asomé por encima del muro. Ahí estaban ellos, sentados sobre la tapia de enfrente. Eran dos chavales más o menos de mi edad. Al verme asomar la cabeza dejaron de hablar y me miraron con curiosidad.

- Hola.
- Hola – respondieron al unísono.
- ¿Cómo os llamáis?
- Yo me llamo Juan.
- Yo Pedro.

Salté el muro y me acerqué a ellos.

- Me llamo Pepe ¿Qué hacéis?
- Estábamos hablando – respondió Juan.
- Ya… Vosotros no sois de por aquí ¿verdad?
- No, hemos venido a visitar a unos parientes – volvió a contestar Juan, que sin duda era el menos tímido de los dos.

En ese momento escuchamos los gruñidos de una cerda que estaba en una cuadra a pocos metros. Yo ya estaba acostumbrado a la presencia de la marrana y a sus gruñidos, pero a ellos aquello les pareció de lo más interesante. Estaba claro que eran chicos de ciudad. Dado su entusiasmo, nos pusimos en pie sobre la tapia y caminamos guardando el equilibrio hasta llegar donde estaba encerrada la cerda. El animal alzó la cabeza y se nos quedo mirando mientras movía el hocico.

- ¡Qué grande es! – dijo Pedro, amedrentado por su tamaño.
- Está preñada y pronto parirá.

La cuadra a penas medía metro y medio de ancha por dos de larga, con lo que la marrana parecía más grande. El animal siguió mirándonos con el morro levantado. La tapia sobre la que estábamos era una construcción hecha con piedras planas, apiladas la una encima de la otra. Elegí una pequeña y la arrojé contra el gorrino. Le di en los cuartos traseros. Soltó un bufido que hizo mucha gracia a mis nuevos amigos. Cogí otra piedra y la lancé con fuerza. Hice blanco en su cabeza y le abrí un pequeño corte. El pobre animal trató de huir corriendo en círculos. Los chicos de ciudad al ver la sangre se entusiasmaron. Noté su respeto y admiración. Eso me gustó. Me sentí importante y poderoso. Esta vez me aseguré de coger una piedra más grande. Juan y Pedro me miraron expectantes. No podía defraudarles. Lancé y acerté en el cuello del animal. La cerda chilló y chilló. Trató de escapar, pero no había sitio donde hacerlo. Juan se unió a la fiesta y lanzó otra piedra. Después de eso, cogimos piedras a discreción y lapidamos a la cochina con saña. Vimos en pánico en su mirada y eso nos excitó. Nuestros instintos más primitivos empezaban a fluir. Seguimos apedreándola. Las piedras eran cada vez más grandes. Algunas le causaron heridas sangrantes lo cual nos llenó de júbilo. La marrana chillaba tan alto que por un momento creí que todo el pueblo la estaba escuchando y que alguien acudiría en su ayuda. No llegó nadie. Nosotros, sedientos de sangre, seguimos torturando al animal. Después de un tiempo, la marrana se rindió y se desplomó en el suelo resoplando sangre por la boca. Nos quedamos observándola en silencio. Comprendimos que estaba agonizando. En un arrebato de compasión quise acabar con su sufrimiento. Agarré una losa grande. Casi no pude levantarla de tanto como pesaba. Quería dejarla caer sobre su cabeza y terminar de una vez. Justo en ese momento, la puerta de la cuadra se abrió y apareció Genaro, el dueño de la marrana. Corrimos a escondernos. Salté la tapia de nuestro corral y fui a esconderme entre los sacos de pienso. No sé a dónde fueron los otros, no me importaba. Yo sabía que Genaro me había reconocido. Al poco tiempo escuché a mi madre llamándome a gritos. Por el tono de su voz supe que ya se había enterado de todo.
Aquella noche la marrana abortó. Mis padres tuvieron que hacerse cargo de todos los gastos e indemnizar a Genaro por la pérdida de los garrapos. Esa misma noche vi algo en sus miradas. Entonces no supe lo que era. Más adelante sufrí esa misma mirada en infinidad de ocasiones, sabiendo que lo que veía en los ojos de mis padres no era otra cosa que decepción.
PEPE PEREZA

lunes, 17 de septiembre de 2012

VELLAS





Chicas adolescentes con un suave bozo encima de sus carnosos labios. Mujeres maduras con una elegante barba blanca. Rubias con vello dorado sobre su cutis lleno de pecas. Pelirrojas con bigote recortado bajo su nariz respingona. Perillas que finalizan óvalos como dos lunas crecientes. Patillas enmarcando un rostro adusto de femme fatale. Barbas rizadas que te acarician cuando las besas. Barbas hirsutas que raspan tu lengua juguetona. Largas barbas que caen sobre pechos turgentes. Mujeres bellas, exuberantes, que te miran retándote a ser un hombre mientras admiras sus eróticas caras cubiertos de vello. Y tras ellas, las triunfantes, se esconden las otras mujeres, tristes fenómenos de circo, avergonzadas de su rostro lampiño y anodino.

BASILIO PUJANTE

YA NO ME QUIERES



Y llegaron los días que dejaste de quererme.
No lo niegues, habías dejado de quererme. Lo notaba en tu respiración, en la forma de lavarte el pelo, en cómo te sentabas en el suelo con las piernas cruzadas. Me lo decían tus pestañas, tus uñas, los lóbulos de tus orejas, incluso los ácaros que dejabas en la cama me lo decían: “Ya no te quiere, ya no te quiere” El viento cuando soplaba, tus braguitas colgadas del tendedero, ellas también me lo decían. Fui consciente de ello al verte caminar. Cuando te apartabas el flequillo yo sabía que no me querías. Si bebías agua lo sabía, al fregar los platos, al cerrar los ojos y al abrirlos. Sabía que ya no me querías, lo sabía. Si fumabas era porque no me querías y si no fumabas, tampoco me querías. Ya no me querías. Habías dejado de quererme y me lo demostrabas al darle cuerda al despertador o al hacer uso del retrete. No, no me querías, ya entonces no me querías. Lo sabía el gato, la lámpara y el felpudo de la entrada. Me lo decía el guiso que se cocía en la olla, las cortinas del salón. Me lo decían las canciones que escuchábamos y los libros que leíamos. Me lo chivaban el cepillo de dientes y la maquinilla de afeitar. No me querías. Yo era consciente de ello. También el florero y el polvo que flotaba en el aire. Y los destellos en la pared y la funda del sofá… Todos lo sabían. Y sufría porque no me querías. Se lo confesaba a las baldosas del pasillo. Con lágrimas en los ojos se lo decía. Hablaba con ellas y les decía que no me querías. Me sinceraba explicándoles que no me querías. Si dudaba solo tenía que mirarte para saber que no, que no me querías

PEPE PEREZA

martes, 11 de septiembre de 2012

LOS BOCADILLOS




Vamos conduciendo. Debido a la hierba que estamos fumando nos entra un hambre cruel, así que paramos en el primer pueblo que encontramos. A la primera persona que vemos le preguntamos por un sitio para comer. El aldeano nos dice que sigamos calle arriba y daremos con, según pronuncia, el bar “Keroa”. Andamos hasta llegar a un local con amplia cristalera llamado realmente “Kerouac”. Entramos y echamos un vistazo a los expositores de la barra, sólo hay bolsas de patatas fritas, cortezas y algún que otro dulce. Nosotros queremos algo más consistente y que además esté caliente. Pregunto a la camarera, una señora de unos sesenta años, bajita y desenvuelta. Nos dice que sí, que la cocinera nos puede preparar unos bocadillos. Los elegimos de lomo a la brasa con pimientos del Piquillo. La camarera entra en la cocina para comunicar el pedido a la cocinera. Aprovechas para ir al servicio, yo opto por amenizar la espera con el humo de un cigarro. El bar es amplio y pasado de moda, bien iluminado gracias a la gran cristalera que deja entrar la luz diurna. Los parroquianos habituales son unos pocos jubilados que repartidos por las mesas del fondo juegan a las cartas o al dominó. Es el típico bar de pueblo. De pronto, un anciano que está sentado al fondo vomita sobre su mesa. Lo hace con toda la naturalidad del mundo, como si fuera una costumbre arraigada y respetada por todos. El resto de los presentes se apartan con muecas de asco. El anciano se levanta y sin hacer caso de los comentarios y las recriminaciones abandona el local. Las protestas llaman la atención de la camarera que en estos momentos sale de la cocina. Al ver la vomitona se lleva las manos a la cabeza y se santigua. Sales de los servicios y te detienes para observar cómo la camarera echa el grito al cielo y entra en la cocina sin parar con sus aspavientos. Cuando descubres el motivo y ves los vómitos se te escapa una arcada. Vienes a mí sin creerte lo que has visto.

- Está todo lleno de sangre.
- ¿Sangre?
- Sí, sangre.
- ¿Estás segura?
- Claro que estoy segura, la acabo de ver con mis propios ojos ¿Qué ha pasado?
- Un abuelo ha vomitado. Por eso dudo de que sea sangre. Seguro que es vino.
- Te digo que es sangre. Si no me crees acércate tú mismo a míralo…

♫♫♫♫ Suena tu móvil. Lo coges del bolso y… ♫♫♫♫…contestas. Dentro del bar no hay cobertura así que tienes que salir a la calle para poder atender la llamada.
La camarera sale de la cocina sosteniendo el mocho de una fregona. Recoge los vómitos del suelo y vuelve a la cocina con la fregona escurriendo. Me fijo en los goterones que deja en su recorrido. Efectivamente es sangre, tú tenías razón. Ese anciano debe sufrir algún tipo de enfermedad que le obliga a vomitar sangre. Me pregunto por qué la camarera no utiliza un cubo con agua y jabón para fregarlo todo como es debido. Con su acción lo único que está consiguiendo es esparcir la sangre por todo el local. De hecho, cuando sale de la cocina me sorprende de que no lleve un cubo lleno agua para acabar el trabajo de limpieza. En su lugar utiliza unas servilletas de papel y con ellas limpia la mesa que ha vomitado el anciano. Como es natural las servilletas se empapan enseguida y es inevitable que se pringue los dedos. Asisto incrédulo a la falta de higiene de la señora. Regresa a la barra sujetando las servilletas con el pulgar y el índice para arrojarlas al cubo de la basura que oculta detrás del mostrador. Después ni siquiera tiene el detalle de lavarse las manos, tan sólo se las frota en el delantal y con eso se da por satisfecha. Entras de nuevo al local.

- ¿A que no sabes quién era?

Yo no quito ojo a la camarera. Quiero ver si se lava las manos. Por mucha hambre que tenga no voy a comerme algo que ella haya tocado con las manos sucias.

- ¿A que no sabes quién llamaba?
- Ni idea.
- Mi hermana, desde Londres. Te manda recuerdos.
- Se los devuelves con un beso cuando vuelvas a hablar con ella.

No dejo de vigilar a la camarera. Tú te apoyas en la barra y te muestras impaciente, tienes tanta hambre que no puedes esperar a que nos sirvan la comida.

- ¡Qué hambre tengo! Me comería una ternera entera si me la pusieran en un plato.

Me siento tentado de comentarle lo sucedido, aunque prefiero no aguarte el apetito. La camarera entra en la cocina. Al perderla de vista ya no puedo controlar si se lava o no las manos. Me digo que sí, que se las va a lavar en el fregadero de la cocina. Trato de convencerme de que es así. Al rato sale con los bocadillos y los deja sobre la barra. Tienen una pinta estupenda. Echo una mirada a sus manos. Me gustaría vérselas mojadas, pero no es así. Se las ha secado con una toalla antes de salir, me digo. Te lanzas a por uno de los bocadillos y de inmediato le asestas un mordisco.

- ¡Hummm!, está buenísimo.

Intento dejar a un lado los escrúpulos y cojo el mío. Lo examino buscando restos de sangre. No veo nada fuera de lo normal. Le doy un mordisco, está exquisito. El pan es blando, la carne está en su punto, los pimientos también. La cocinera es toda una profesional. Lástima que la imagen de la camarera sujetando las servilletas empapadas en sangre no se me vaya de la cabeza. Al tragar siento un nudo en el estómago y tengo que hacer un gran esfuerzo para reprimir una arcada. Tú devoras tu bocata con una sonrisa en la cara. Hago un último intento por comerme el mío, lo abro y le quito los pimientos, su color me recuerda a la sangre escurriendo del mocho.

- Si no los quieres dámelos a mí.

Te los doy.

- Están riquísimos, tonto.

Intento un segundo mordisco, pero estoy a punto de vomitar. Dejo el bocadillo sobre la barra.

- ¿Qué pasa?
- No me apetece comer.
- ¿Te encuentras bien?
- He perdido el apetito. Supongo que es por los porros.

Das por buena mi respuesta y sigues comiendo. Me fijo en los goterones de sangre que han quedado en el suelo y vuelvo a sentir nauseas. Me concentro en la luz que entra por ventanal mientras devoras tu bocadillo. Cuando lo terminas sigues con el mío.
PEPE PEREZA

EL PASEO



Hoy me he despertado atada a la almohada, pienso que quizá fue el vino de la noche anterior. Con algo de pereza he salido a la calle, temprano. Al doblar una esquina el Levante me ha perseguido, se ha paseado por mi espalda, y ya convertida en agua salada, de vuelta a casa, he tragado el aire verde de la hierba. Y me he dormido. Y he vuelto a despertar, esta vez sin rastro de cansancio, con margaritas en los ojos, arena entre mis dedos, el pelo enredado.


Estef Anía

lunes, 10 de septiembre de 2012

POR QUÉ NO ESTOY AQUÍ


Llegué hasta allí y contemplé el camino que me llevó hasta aquí. Quise probar después con todas esas islas, caminos en el agua, senderos sin oxígeno: un recorrido anfibio, abierto por cuchillos.

Pasaron pájaros, cuchillos, más allá. Debía estar la ruta. No fijarla, olvidarla, negarla ante los jueces. No hay un tribunal más allá de ti mismo: caminas, juzgas, sigue caminando.

Solo si olvidas que has llegado habrás llegado.Eres juzgado, olvídalo: sé justo, porque sé que no serás benévolo.


JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ

EL HOMBRE MOJADO NO TEME LA LLUVIA



Debe llover el poema
para ser poesía.
Y aún empapando con avidez
tierras baldías,
no habrá poeta (a pesar del poema)
si antes su ser no fue mojado
por lluvias ajenas.
Calado, agitado. Erizado; inconteniblemente llovido.
Furiosamente llovido.

Absolutamente húmedo.

Debe llover el poema para ser poesía
y el poeta, tierra desnuda
expuesta a todo aguacero.



Vega Cerezo

jueves, 6 de septiembre de 2012

UN CREYENTE

 

Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo: 

-Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas? 

-Yo no -respondió el otro-. ¿Y usted? 

-Yo sí -dijo el primero, y desapareció. 

De Antología de la literatura fantástica. Borges, Ocampo y Bioy (1940)

lunes, 3 de septiembre de 2012

EL LABERINTO


Antes de que se dieran cuenta, se encontraron perdidos dentro del laberinto. Era un espacio al aire libre desde el cual podían verse las estrellas en las noches de cielo raso y con unas paredes tan altas que el Sol nunca penetraba por ellas. El suelo estaba pegajoso por los restos orgánicos y el aire era dulzón, seguramente cargado por la mezcla de los fluidos todavía calientes con los aromas de la vegetación improvisada en la sombra. Un silencio abrumador contrastaba con los alaridos de los minutos anteriores. De repente, el suelo tembló y se oyó un rugido. Los mochileros no se giraron debido al miedo de comprobar con sus propios ojos el fracaso de Teseo. Simplemente, corrieron bajo el sol de Grecia con la esperanza de poder salvar su vida en Cnosos, la ciudad del Minotauro.

MAPI PAMPLONA

LA ACEQUIA





José María Riquelme García

Caminaba
no había otro camino que aquel,
llevando los pies
a la acequia
seca desde entonces.
¿Dónde está el agua?
¿Dónde su cristalina canción?
Las cañas aún resisten
y recuerdo que, entre ellas,
nos escondíamos al bañarnos.
Nunca comprendí
cómo lo averiguaron.
Pero cuando a casa volvía
siempre, siempre, me zurraban,
con aquella soga
de seco esparto
que trenzaba
con paciencia en los dedos,
me bañase o no,
y para hacer más doloroso
el horrible espanto
me ordenaba le acercase
la cuerda de mi tortura.
Decidí bañarme siempre,
pues siempre me azotaba,
y en aquellos baños
vi tus pechos,
entre cañas
y furtivos vientos.
Aquellas amanosas sonrosadas
me acompañaban
mientras soportaba
el diario flagelo.


Francisco Javier Illán Vivas
Crepusculario

domingo, 2 de septiembre de 2012

LAS PLANICIES DE LA CEGUERA


Cuando aquel hombre erudito y de carácter empírico lo creyó todo dispuesto, dio inicio a lo que, pensaba, iba a ser su más célebre experimento. Los preparativos requirieron de un habitáculo sin ventanas, así como de una ausencia total de luz. Después, situándose él mismo en el centro del lugar, y desconociendo a propósito las distancias que le separaban de cada pared, echó a andar en una sola dirección, paso tras paso, hasta quedarse sin aliento y tener que parar de puro cansancio. El erudito pretendía demonstrar así la inversión proporcional entre nuestra capacidad de percibir el mundo y el tamaño de éste, algo que jamás nadie se atrevió a discutir tras su misteriosa desaparición en aquel habitáculo estrecho y oscuro.


RARO


Raro es levantarte una mañana con los oídos transformados en vinilos cuya única misión es crear la banda sonora de tu vida y que gracias a eso ahora seas capaz de pasear por la vida a tu propio ritmo. Raro es llegar tarde al trabajo y que tu jefe, que nunca te tuvo aprecio, te suba el sueldo porque aún tiene resaca de doble o nada y esta mañana había apostado por ti. Raro es que la top model con la que compartes despacho desde hace dos años se dirija a ti por primera vez y te susurre que eres especial en esperanto, como intentando obligarte a que la entiendas. Raro es que nieve en agosto. Pero no es nada raro que llueva en noviembre. Sin embargo, al salir de la oficina has mirado el suelo y te has percatado de que una sola gota ha deformado y derrumbado los límites, una única partícula de agua ha trastocado la cosmogonía del universo de los charcos. Y nadie en la calle excepto tú se ha dado cuenta de cómo cada gota de lluvia está cambiando el mundo. Por eso te has metido en la cama con la sensación de que hoy ha sido un día raro. Porque sabes que nunca antes ver llover había sido algo tan bonito. 
MAPI  PAMPLONA