domingo, 28 de octubre de 2012

LOS CAMBIOS DE COSTUMBRES



Para alguien tan aferrado a las viejas costumbres como yo todos los cambios son sinónimo de malestar y desasosiego. Mis vecinos, mis pobres vecinos siempre me han detestado. Ahora lo sé. Quizá envidia por mi linaje o por mis extensas propiedades o por este castillo medieval que heredé de mi acaudalada estirpe de Normandía. Quizá porque carecen del más mínimo sentido del decoro y la cortesía. El caso es que mi relación con los parroquianos se ha visto degradada a la indiferencia más absoluta. Y me quedo corto por no acometer el uso de epítetos que ensucien mi gramática. 

Recuerdo cuando mis vecinos me hacían visitas. Se ofrecían para podar mis parrales. Me saludaban con respeto y pulcra educación. ¡Qué lejos están esos días de plenitud! Ahora, cada vez que me cruzo en su camino, como poco me ignoran. Hacen guiños y aparentan que no me han reconocido. Hasta las viejas se santiguan descaradamente. Incluso los niños, aleccionados por sus progenitores, huyen de mi presencia despavoridos. Sus dulces rostros se retuercen en asquerosas muecas que casi parecen espasmos terroríficos. Es  inaguantable. Y mucho más clamoroso si este encuentro tiene lugar en alguna dependencia de mi noble castillo. Sinceramente, querido bisabuelo, creo que el asunto de mi entierro ha producido daños irreparables en nuestras relaciones vecinales. 


PEDRO PUJANTE

miércoles, 24 de octubre de 2012

EL PECADO ORIGINAL











Revivamos una y otra vez los puntos
exactos,
determinantes
de aquella noche.
Interpretemos la mejor cogida de mano,
el roce en el muslo discreto
o los reojos encontrados.

Finjamos que todo es nuevo,
calcando de manera casi perfecta
los movimientos de esa primera cita,
el inicio.

Sabiéndonos hoy más libres,
revivamos esos gestos
y alarguemos un poco más
el pecado original.
NOELIA ILLÁN

sábado, 13 de octubre de 2012

PREÁMBULO A LAS INSTRUCCIONES PARA DAR CUERDA AL RELOJ


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

JULIO CORTÁZAR

viernes, 12 de octubre de 2012

EL HOMBRE MÁS RICO DEL MUNDO




El encargo no tenía ojos ni oídos, el radar los había transformado en órganos inservibles. Tampoco tenía boca, ya que de tanto callar la evolución la consideró una atrofia que debía ser desechada. No oía, no veía, no hablaba.

— ¡ Es perfecto!  suspiró con gozo el comprador.

Extendió un cheque con una cifra anotada casi obscena. Pagó la patente y el adelanto del proceso de clonación masiva. No le tembló el pulso al firmar.

Sabía que las ventas a los gobiernos del modelo V.O.T.A.N.T.E. lo convertirían en el hombre más rico del mundo.

VANESA NAVARRO (MADELYNE BLUE)

viernes, 5 de octubre de 2012

LA VETERANA


Ilustración: Miquel Barceló

Ahí estaba ella, con más de sesenta años y haciendo la calle junto a jovencitas que no habían cumplido ni los veinte. ¡Puta vida la suya! ¿Cómo competir con esas chiquillas que estaban en lo mejor de sus vidas? ¿Cómo podía rivalizar con sus jóvenes y deseables cuerpos? A ella los pechos le colgaban como globos deshinchados, su trasero era un tonel y su cara parecía una ciruela podrida. El paso del tiempo se había encargado de rebozarla en años, kilos y arrugas. ¿Qué podía hacer? Otra cosa no sabía, sino ¿de qué iba a estar allí? Hacía décadas que tendría que haber abandonado la profesión, pero claro, cuando no se tiene otro medio de vida es complicado dejar aquello que te da de comer.
Del fondo del polígono llegó el ruido del motor de un vehículo. Las putas acudieron al borde de la carretera y dejaron al descubierto sus tetas. Ella no. ¿Para qué iba a enseñarlas? Ella cuanto más tapada mejor. Su fisonomía hacía mucho que dejó de ser apetecible. Cuando tenía la suerte de conseguir un cliente, éste únicamente reclamaba sus servicios para que le chupase la polla. Sacó el pintalabios y añadió una nueva capa a sus labios. Efectivamente, un coche llegó donde estaban las mujeres. Desde su puesto pudo ver que los ocupantes eran cuatro jóvenes con claros síntomas de embriaguez. Mal asunto. Su dilatada experiencia le había enseñado que jóvenes y alcohol no eran una buena combinación. No se preocupó demasiado pues intuyó que no la elegirían. Aun así permaneció junto a la carretera. El vehículo desfiló lentamente por delante de las chicas. Pasó junto a ella sin detenerse, pero a los pocos metros el coche dio marcha atrás y se paró a su lado.

- ¿Cuánto por chuparnos la polla a los cuatro? – quiso saber el conductor.

¿Por qué la habían elegido a ella cuando era evidente que podría ser la abuela de todos ellos? Había chicas preciosas. Entonces, ¿por qué se habían decidido por un vejestorio como ella? Cuidado, no te fíes. Algo en su interior la avisó del peligro y se puso a la defensiva, por si acaso.

- ¿Cuánto nos cobras?

Dijo una cifra. De inmediato los jóvenes la regatearon intentando bajar el precio a una ridiculez. Ella estaba necesitada de clientes, de hecho los necesitaba urgentemente, pero para trabajar por una miseria era mejor no trabajar. Así se lo dijo a los chicos. De pronto, uno de los chavales que iba en el asiento trasero, apuntó con un envase de plástico, lo presionó y un chorro salió disparado hacia el rostro de la puta. Lo vio llegar a cámara lenta. Luego notó el dolor. De seguido y entre risas, el conductor pisó el acelerador y el coche salió a toda potencia quemando rueda. Era aguafuerte. Con las manos en la cara gritó pidiendo ayuda. A su auxilio acudieron algunas compañeras. Le lavaron la cara con botellas de agua mineral y trataron de aliviarla de los escozores y quemaduras como buenamente pudieron.
La ambulancia tardó casi una hora en llegar.
Después de pasar unos días ingresada, los médicos le dieron el alta. Salió del hospital ciega de un ojo y con manchas rosáceas en el rostro. Un recuerdo de por vida del incidente. ¡Puta suerte la suya!
Una semana después ya estaba ocupando su puesto en el polígono. Las demás compañeras la recibieron como a una heroína. Todas admiraron su coraje y fortaleza. Sin duda se había ganado el respeto de todas ellas. Y no por ser una veterana, que también, si no porque ni el paso del tiempo, ni el deterioro de su cuerpo, ni tan siquiera las violaciones y humillaciones que había sufrido a lo largo de su carrera habían logrado que abandonara su profesión. Como tampoco había abandonado después de que aquellos jóvenes irresponsables la hubieran dejado medio ciega y desfigurada. Ella seguiría allí mientras la salud se lo permitiese. Y no por orgullo, tampoco por honor, no. Lo único que la mantenía anclada a aquel lugar eran la necesidad y la falta de recursos. Nada más.

PEPE PEREZA